Page 103 - Quique Hache Detective
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como  si  no  escuchara nada,  caminaba  como
          un bote, sin mirar a nadie.
                  Gertrudis  Astudillo  venía  de Temuco
          en  el  sur.  Cuando  yo  era más  chico una vez
          me llevó a su ciudad natal para las vacaciones
 19       de invierno. Su casa estaba en un lugar llama­

          do  Padre Las Casas,  un barrio que comenza­
          ba después del puente sobre el río Cautín. En
 Nos juntamos  con  la  Gertru en la  la ciudad, durante la noche, llovía, pero en el
 salida del metro Baquedano, ahí donde se ce­  día  sólo  quedaba  nublado.  A  mí  el  viaje me
 lebra  cuando  la  selección  de  fútbol  gana,  gustó mucho.  Conocí a todos los hermanos y
 pierde o empata. Lo primero que ella me pre­  sobrinos de la Gertru;  con ellos íbamos a ju­
 guntó fue si había almorzado.  Mentí.  Le dije  gar cerca del río,  y una vez nos fuimos de ex­
 que  había  comprado  un  plato  de  puré  con  cursión  al  cerro  Ñielol.  También  me  enteré
 huevos y  cebollas fritas en un  restaurante de  con ese viaje que allá en Temuco,  a la Gertru
 la plaza Italia. Ella arrugó la nariz y no siguió  la  esperaban  otros dos novios  que  mantenía
 con el tema, tampoco me creyó.   en secreto:  un profesor de educación básica y
 La  Gertru venía muy elegante.  Cuan­  otro  que  trabajaba  de  portero  en  el  estadio
 do  salía  a pasear le  gustaba  arreglarse,  sobre  municipal  y que nos dejó entrar  gratis a ver
 todo cuando la invitaba uno de sus novios, el  un partido del equipo local, Deportes Temu­
 poeta o  el carabinero.  El  poeta  le  pedía que  co, con la Universidad Católica de Santiago.
 no se pintara los labios porque era poco natu­  Después de  dos semanas regresamos a

 ral. En cambio,  el sargento Suazo le compra­  la  capital en  tren.  Fue un viaje muy entrete­
 ba  perfumes  y  ropas,  aunque  nada  muy  nido.  Subimos al  tren como a las ocho de la
 escotado. A la Gertru le encantaba usar vesti­  noche y llegamos a Santiago al otro día, a las
 dos cortos, minifaldas, porque todavía era jo­  diez de la mañana.  Cenamos en el coche co­
 ven y la miraban en la calle. Cuando paseaba  medor.  En el coche dormitorio conocí a una
 le silbaban, pero ella se hacía la desentendida,  austríaca que  venía de  Chiloé  y  que  recorría


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