Page 98 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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ser derrotada antes de la hora de dormir, tenemos que dar la batalla de
                  inmediato.
                        —Y espero que nos uniremos, señor —agregó el más grande de los
                  centauros.
                        —Por supuesto —dijo Aslan—. ¡Y  ahora, atención! Aquellos que no
                  pueden resistir mucho —es decir, niños, enanos y animales pequeños— tienen
                  que cabalgar a lomo de los que sí pueden —estos somos los leones, centauros,
                  unicornios, caballos, gigantes y águilas—. Los que poseen buen olfato, deben ir
                  adelante con nosotros los leones, para descubrir el lugar de la batalla. ¡Animo y
                  mucha suerte!
                        Con gran alboroto y vítores, todos se organizaron. El más encantado en
                  medio de esa muchedumbre era el otro león, que corría de un lado para otro
                  pretendiendo estar muy ocupado, aunque en realidad lo único que hacía era
                  decir a todo el que encontraba a su paso:
                        —¿Oyeron lo que dijo?  Nosotros, los leones.  Eso quiere decir "él y yo".
                  Nosotros, los leones. Eso es lo que me gusta de Aslan. Nada de personalismos,
                  nada de reservas. Nosotros, los leones; él y yo.
                        Y siguió diciendo lo mismo mientras Aslan cargaba en su lomo a tres
                  enanos, una Dríade, dos conejos y un puerco espín. Esto lo calmó un poco.
                        Cuando todo estuvo preparado (fue  un gran perro ovejero el que más
                  ayudó a Aslan a hacerlos salir en el orden apropiado), abandonaron el castillo
                  saliendo a través del boquete de la muralla. Adelante iban los leones y los
                  perros, que olfateaban en todas direcciones. De pronto, un gran perro
                  descubrió un rastro y lanzó un ladrido. En un segundo, los perros, los leones, los
                  lobos y otros animales de caza corrieron a toda velocidad con sus narices
                  pegadas a la tierra. El resto, una media milla más atrás, los seguían tan rápido
                  como podían. El ruido se asemejaba al de una cacería de zorros en Inglaterra,
                  sólo que mejor, porque de vez en cuando el sonido de los ladridos se mezclaba
                  con el gruñido del otro león y algunas veces con el del propio Aslan, mucho
                  más profundo y terrible.
                        A medida que el rastro se hacía más y más fácil de seguir, avanzaron más y
                  más rápido. Cuando llegaron a la última curva en un angosto y serpenteado
                  valle, Lucía escuchó, sobre todos esos sonidos, otro sonido... diferente, que le
                  produjo una extraña sensación. Era un ruido como de gritos y chillidos y de
                  choque de metal contra metal.
                        Salieron del estrecho valle y Lucía vio de inmediato la causa de los ruidos.
                  Allí estaban Pedro, Edmundo y todo el resto del ejército de Aslan peleando
                  desesperadamente contra la multitud de criaturas horribles que ella había visto
                  la noche anterior. Sólo que ahora, a la luz del día, se veían más extrañas, más
                  malvadas y más deformes. También parecían ser muchísimo más numerosas
                  que ellos. El ejército de Aslan —que daba la espalda a Lucía— era
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