Page 105 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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Edmundo dijo:
—No sé lo que es, pero esta lámpara y este pilar me han causado un
efecto muy extraño. La idea de que yo los he visto antes corre por mi mente,
como si fuera en un sueño, o en el sueño de un sueño.
—Señor —contestaron todos—, lo mismo nos ha sucedido a nosotros.
—Aun más —dijo la Reina Lucía—, no se aparta de mi mente el
pensamiento de que si nosotros pasamos más allá de esta linterna y de este
pilar, encontraremos extrañas aventuras o en nuestros destinos habrá un
enorme cambio.
—Señora —dijo el Rey Edmundo—, el mismo presentimiento se mueve
en mi corazón.
—Y en el mío, hermano —dijo el Rey Pedro.
—Y en el mío también —dijo la Reina Susana—. Por eso mi consejo es
que regresemos rápidamente a nuestros caballos y no continuemos en la
persecución del Ciervo Blanco.
—Señora —dijo el Rey Pedro—, en esto le ruego a usted que me excuse.
Pero, desde que somos Reyes de Narnia, hemos acometido muchos asuntos
importantes, como batallas, búsquedas, hazañas armadas, actos de justicia y
otros como éstos, y siempre hemos llegado hasta el fin. Todo lo que hemos
emprendido lo hemos llevado a cabo.
—Hermana —dijo la Reina Lucía—, mi real hermano habla
correctamente. Me avergonzaría si por cualquier temor o presentimiento
nosotros renunciáramos a seguir en una tan noble cacería como la que ahora
realizamos.
—Yo estoy de acuerdo —dijo el Rey Edmundo—. Y deseo tan
intensamente averiguar cuál es el significado de esto, que por nada volvería
atrás, ni por la joya más rica y preciada en toda Narnia y en todas las islas.
—Entonces en el nombre de Aslan —dijo la Reina Susana—, si todos
piensan así, sigamos adelante y enfrentemos el desafío de esta aventura que
caerá sobre nosotros.
Así fue como estos Reyes y Reinas entraron en la espesura del bosque, y
antes de que caminaran una veintena de pasos, recordaron que lo que ellos
habían visto era el farol, y antes de que avanzaran otros veinte, advirtieron que
ya no caminaban entre ramas de árboles sino entre abrigos. Y un segundo
después, todos saltaron a través de la puerta del ropero al cuarto vacío, y ya no
eran Reyes y Reinas con sus atavíos de caza, sino sólo Pedro, Susana, Edmundo
y Lucía en sus antiguas ropas. Era el mismo día y la misma hora en que ellos
entraron al ropero para esconderse. La señora Macready y los visitantes
hablaban todavía en el pasillo; pero afortunadamente nunca entraron en el
cuarto vacío y los niños no fueron sorprendidos.
Este hubiera sido el verdadero final de la historia si no fuera porque ellos