Page 109 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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Y aquí viene verdaderamente la cosa, el QUID, la médula para la comprensión cabal
                  del texto: es la iniciación del correlato bíblico, que servirá como clave de ahora en adelante
                  para entender TODO aquello que suceda tras las puertas del sorprendente ropero. Así como
                  Lucía es la primera "privilegiada” en traspasar el umbral de la realidad a la fantasía —o de la
                  "razón” a la "fe"—, así el profesor aparece, en lo que quizás no es sino una proyección de la
                  propia personalidad del autor (un hombre profundamente religioso, catedrático de Oxford,
                  sabio, encantador y culto), como el único "que viene de vuelta", el único que YA sabe, que
                  YA conoce. Y usamos el término "conocer” en su sentido más radical, el que adquiere
                  incluso en la biblia en cuanto a experimentar la develación de un misterio. ¿El misterio de
                  ese MAS ALLA cuyas puertas abre solamente la fuerza de la fe?
                        El camino, naturalmente, es para unos pocos escogidos. Por eso Lucía es la primera, y
                  su desconcierto, su sorpresa, su angustia y hasta su miedo de no ser "creída” traen de un
                  modo casi automático a la mente del hombre occidental ese mismo temor que
                  experimentaron también los primeros apóstoles.
                        Ahora, ésta es sólo una de las posibilidades de lectura, pues existen, por supuesto —y
                  he aquí la gracia íntima del texto—, muchas otras que pueden emprenderse en forma
                  paralela. Pero seguiremos por un instante dentro de la línea de interpretación ya iniciada (y
                  sin ánimo alguno de impedir que cada lector goce simplemente con su "aventura", incluso
                  concibiéndola —o viviéndola— meramente en cuanto tal), puesto que nos parece la más
                  iluminadora del sentido esencial, del sentido último de la obra.
                        Así, y a pinceladas gruesas por falta de espacio, habría que referirse en primer término
                  a Aslan, el león dorado que recuerda a Dios, inicialmente, como figura más lejana, y luego a
                  Jesucristo en su esperado advenimiento a la tierra (Narnia). Está la impactante tristeza del
                  Calvario, la profundidad de una mirada indescriptible y sugerente, su entrega por amor, su
                  espíritu dador de vida, la aureola dorada  de su melena, la mansedumbre pacífica e
                  incomprensible ante la violencia, el "enojo” mesurado ante los efectos del mal y su lucha
                  definitiva contra éste, encarnado en la  Bruja.  Está también el soplo revitalizador de su
                  Espíritu, que pone en movimiento aquí a los seres convertidos en pétreas estatuas; está el
                  calor de una energía amorosa incontenible, que se opone a la gélida y paralizante fuerza del
                  mal. Pero, sobre todo, aparece, como ya se insinuó, el conmovedor regalo de su persona a los
                  Hijos de Adán —más claro "echarle agua” con respecto a la raza humana, redimida por el
                  Salvador—. Una entrega que se describe aquí en forma literaria (y no religiosa) y que, a la
                  luz de las palabras (y no de una fe preconcebida o dada por sentada), y de las situaciones que
                  éstas plantean en el texto, se va adentrando como flechas en la inteligencia y afectividad de
                  un lector, joven o viejo, ya conmocionado por la insólita belleza de estas páginas que, en
                  algunos pasajes, llegan incluso a lograr ese efecto físico que se llama vulgarmente "poner los
                  pelos de punta".
                        Aslan: la mortaja, el sudario, la pasión, las cuatro antorchas de las cuatro hechiceras
                  que lo "clavan” sobre el altar de piedra de Abraham— Jesucristo. (La Mesa de Piedra del
                  ritual de la magia, una magia que, en palabras del mismo personaje, ya no es magia sino algo
                  indescriptible para el lenguaje humano, algo  que está mucho más allá del Tiempo y del
                  Espacio y que se interna, según va comprendiendo poco a poco el lector, en aquello que en
                  filosofía se llama... Eternidad). Y, claro, en el Calvario, la agonía en el huerto al pie de la
                  colina, la vigilia de Lucía y Susana (las dos discípulas fieles), la burla y el escarnio, el despojo
                  del manto simbolizado en el corte de la dorada melena-aureola... del Escogido.
                        Luego viene la Bruja, en el polo significativo opuesto, que representa la palidez mortal
                  de lo maligno en todas sus formas. La Bruja y su cohorte de monstruos, que se oponen a los
                  alados seres que sirven al León Aslan (¿ángeles pájaros, ángeles centauros?), todos luminosos
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