Page 100 - La Casa de Bernarda Alba
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FEDERICO GARCÍA LORCA


         veinte  días, como  yo, es demasiada espera. Pienso que no es justo que
         yo me consuma aquí. Muchas veces salgo descalza al patio para pisar
         la tierra, no sé por qué. Si sigo así, acabaré volviéndome mala.

         MARÍA:  Pero ven acá, criatura. Hablas como si fueras una vieja.
         ¡Qué digo! Nadie puede quejarse de estas cosas. Una hermana de
         mi madre lo tuvo a los catorce años,  ¡y si vieras qué hermosura
         de niño!

         YERMA:  (Con ansiedad). ¿Qué hacía?

         MARÍA: Lloraba como un torito, con la fuerza de mil cigarras can­
         tando a la vez, y nos orinaba y nos tiraba de las trenzas y, cuando
         tuvo cuatro meses, nos llenaba la cara de arañazos.


         YERMA: (Riendo). Pero esas cosas no duelen.

         MARÍA: Te diré  ...

         YERMA:  ¡Bah! Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño
         con el pecho lleno de grietas y le producía un gran dolor, pero era
         un dolor fresco, bueno, necesario para la salud.

         MARÍA: Dicen que con los hijos se sufre mucho.

         YERMA: Mentira. Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas.
         ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas.
         Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad
         de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer
         tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se
         les vuelve veneno, como me va a pasar a mí.

         MARÍA: No sé lo que tengo.


         YERMA: Siempre oí decir que las primerizas tienen susto.
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