Page 29 - Hamlet
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cualquier hábito que se aparte demasiado de las costumbres recibidas llevando estos
hombres consigo el signo de un solo defecto que imprimió en ellos la naturaleza o el acaso,
aunque sus virtudes fuesen tantas cuantas es concedido a un mortal, y tan puras como la
bondad celeste; serán no obstante amancilladas en el concepto público, por aquel único
vicio que las acompaña. Un solo adarme de mezcla quita el valor al más precioso metal y le
envilece.
HORACIO.- ¿Veis? Señor, ya viene.
HAMLET.- ¡Ángeles y ministros de piedad, defendednos! Ya seas alma dichosa o
condenada visión, traigas contigo aura celestial o ardores del infierno, sea malvada o
benéfica intención la tuya en tal forma te me presentas, que es necesario que yo te hable. Sí,
te he de hablar... Hamlet, mi Rey, mi Padre, Soberano de Dinamarca... ¡Oh, respóndeme, no
me atormentes con la duda! Dime, ¿por qué tus venerables huesos, ya sepultados, han roto
su vestidura fúnebre? ¿Por qué el sepulcro donde te dimos urna pacífica te ha echado de sí,
abriendo sus senos que cerraban pesados mármoles? ¿Cuál puede ser la causa de que tu
difunto cuerpo, del todo armado, vuelva otra vez a ver los rayos pálidos de la luna,
añadiendo a la noche horror? ¿Y que nosotros, ignorantes y débiles por naturaleza,
padezcamos agitación espantosa con ideas que exceden a los alcances de nuestra razón? Di,
¿por qué es esto? ¿Por qué?, o ¿qué debemos hacer nosotros?
HORACIO.- Os hace señas de que le sigáis, como si deseara comunicaros algo a solas.
MARCELO.- Ved con qué expresivo ademán os indica que le acompañéis a lugar más
remoto; pero no hay que ir con él.
HORACIO.- No, por ningún motivo.
HAMLET.- Si no quiere hablar, habré de seguirle.
HORACIO.- No hagáis tal, señor.
HAMLET.- ¿Y por qué no? ¿Qué temores debo tener? Yo no estimo nada la vida, en
nada, y a mi alma, ¿qué puede él hacerle, siendo como él mismo cosa inmortal?... Otra vez
me llama... Voyle a seguir.
HORACIO.- Pero, señor, si os arrebata al mar o a la espantosa cima de ese monte,
levantado sobre los que baten las ondas, y allí tomase alguna otra forma horrible, capaz de
impediros el uso de la razón, y enajenarla con frenesí... ¡Ay! ved lo que hacéis. El lugar
sólo inspira ideas melancólicas a cualquiera que mire la enorme distancia desde aquella
cumbre al mar, y sienta en la profundidad su bramido ronco.
HAMLET.- Todavía me llama... Camina. Ya te sigo.
MARCELO.- No señor, no iréis.
HAMLET.- Dejadme.