Page 150 - Hamlet
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HAMLET.- ¡Oh! ¡Si esta demasiado sólida masa de carne pudiera ablandarse y
                  liquidarse, disuelta en lluvia de lágrimas! ¡O el Todopoderoso no asestara el cañón contra el
                  homicida de sí mismo! ¡Oh! ¡Dios! ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Cuán fatigado ya de todo, juzgo
                  molestos, insípidos y vanos los placeres del mundo! Nada, nada quiero de él, es un campo
                  inculto y rudo, que sólo abunda en frutos groseros y amargos. ¡Que esto haya llegado a
                  suceder a los dos meses que él ha muerto! No, ni tanto, aún no ha dos meses. Aquel
                  excelente Rey, que fue comparado con este, como con un Sátiro, Hiperión; tan amante de
                  mi madre, que ni a los aires celestes permitía llegar atrevidos a su rostro. ¡Oh! ¡Cielo y
                  tierra! ¿Para qué conservo la memoria? Ella, que se le mostraba tan amorosa como si en la
                  posesión hubieran crecido sus deseos. Y no obstante, en un mes... ¡Ah! no quisiera pensar
                  en esto. ¡Fragilidad! ¡Tú tienes nombre de mujer! En el corto espacio de un mes y aún antes
                  de romper los zapatos con que, semejante a Niobe, bañada en lágrimas, acompañó el cuerpo
                  de mi triste padre... Sí, ella, ella misma. ¡Cielos! Una fiera, incapaz de razón y discurso,
                  hubiera mostrado aflicción más durable. Se ha casado, en fin, con mi tío, hermano de mi
                  padre; pero no más parecido a él que yo lo soy a Hércules. En un mes... enrojecidos aún los
                  ojos con el pérfido llanto, se casó. ¡Ah! ¡Delincuente precipitación! ¡Ir a ocupar con tal
                  diligencia un lecho incestuoso! Ni esto es bueno, ni puede producir bien. Pero, hazte
                  pedazos corazón mío, que mi lengua debe reprimirse.






                  Escena VI




                  HAMLET, HORACIO, BERNARDO y MARCELO




                       HORACIO.- Buenos días, señor.

                       HAMLET.- Me alegro de verte bueno... ¿Es Horacio? O me he olvidado de mí propio.

                       HORACIO.- El mismo soy, y siempre vuestro humilde criado.

                       HAMLET.- Mi buen amigo, yo quiero trocar contigo ese título que te das. ¿A qué has
                  venido de Witemberga? ¡Ah! ¡Marcelo!

                       MARCELO.- Señor.
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