Page 146 - Hamlet
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MARCELO.- ¿Le daré con mi lanza?

                       HORACIO.- Sí, hiérele, si no quiere detenerse.

                       BERNARDO.- Aquí está.

                       HORACIO.- Aquí.

                       MARCELO.- Se ha ido. Nosotros le ofendemos, siendo él un Soberano, en hacer
                  demostraciones de violencia. Bien que, según parece, es invulnerable como el aire, y
                  nuestros esfuerzos vanos y cosa de burla.

                       BERNARDO.- Él iba ya a hablar cuando el gallo cantó.

                       HORACIO.- Es verdad, y al punto se estremeció como el delincuente apremiado con
                  terrible precepto. Yo he oído decir que el gallo, trompeta de la mañana, hace despertar al
                  Dios del día con la alta y aguda voz de su garganta sonora, y que a este anuncio, todo
                  extraño espíritu errante por la tierra o el mar, el fuego o el aire, huye a su centro; y la
                  fantasma que hemos visto acaba de confirmar la certeza de esta opinión.

                       MARCELO.- En efecto, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que cuando se
                  acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Redentor, este pájaro matutino
                  canta toda la noche y que entonces ningún espíritu se atreve a salir de su morada, las noches
                  son saludables, ningún planeta influye siniestramente, ningún maleficio produce efecto, ni
                  las hechiceras tienen poder para sus encantos. ¡Tan sagrados son y tan felices aquellos días!

                       HORACIO.- Yo también lo tengo entendido así y en parte lo creo. Pero ved como ya la
                  mañana, cubierta con la rosada túnica, viene pisando el rocío de aquel alto monte oriental.
                  Demos fin a la guardia, y soy de opinión que digamos al joven Hamlet lo que hemos visto
                  esta noche, porque yo os prometo que este espíritu hablará con él, aunque ha sido para
                  nosotros mudo. ¿No os parece que dé esta noticia, indispensable en nuestro celo y tan
                  propia de nuestra obligación?

                       MARCELO.- Sí, sí, hagámoslo. Yo sé en donde le hallaremos esta mañana, con más
                  seguridad.






                  Escena III
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