Page 145 - Hamlet
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HORACIO.- Yo no comprendo el fin particular con que esto sucede; pero en mi ruda
                  manera de pensar, pronostica alguna extraordinaria mudanza a nuestra nación.

                       MARCELO.- Ahora bien, sentémonos y decidme, cualquiera de vosotros que lo sepa;
                  ¿por qué fatigan todas las noches a los vasallos con estas guardias tan penosas y vigilantes?
                  ¿Para qué es esta fundición de cañones de bronce y este acopio extranjero de máquinas de
                  guerra? ¿A qué fin esa multitud de carpinteros de marina, precisados a un afán molesto, que
                  no distingue el domingo de lo restante de la semana? ¿Qué causas puede haber para que
                  sudando el trabajador apresurado junte las noches a los días? ¿Quién de vosotros podrá
                  decírmelo?

                       HORACIO.- Yo te lo diré, o a lo menos, los rumores que sobre esto corren. Nuestro
                  último Rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fue provocado a combate, como ya
                  sabéis, por Fortimbrás de Noruega estimulado éste de la más orgullosa emulación. En aquel
                  desafío, nuestro valeroso Hamlet (que tal renombre alcanzó en la parte del mundo que nos
                  es conocida) mató a Fortimbrás, el cual por un contrato sellado y ratificado según el fuero
                  de las armas, cedía al vencedor (dado caso que muriese en la pelea) todos aquellos países
                  que estaban bajo su dominio. Nuestro Rey se obligó también a cederle una porción
                  equivalente, que hubiera pasado a manos de Fortimbrás, como herencia suya, si hubiese
                  vencido; así como, en virtud de aquel convenio y de los artículos estipulados, recayó todo
                  en Hamlet. Ahora el joven Fortimbrás, de un carácter fogoso, falto de experiencia y lleno
                  de presunción, ha ido recogiendo de aquí y de allí por las fronteras de Noruega, una turba
                  de gente resuelta y perdida, a quien la necesidad de comer determina a intentar empresas
                  que piden valor; y según claramente vemos, su fin no es otro que el de recobrar con
                  violencia y a fuerza de armas los mencionados países que perdió su padre. Este es, en mi
                  dictamen, el motivo principal de nuestras prevenciones, el de esta guardia que hacemos, y
                  la verdadera causa de la agitación y movimiento en que toda la nación está.

                       BERNARDO.- Si no es esa, yo no alcanzo cuál puede ser..., y en parte lo confirma la
                  visión espantosa que se ha presentado armada en nuestro puesto, con la figura misma del
                  Rey, que fue y es todavía el autor de estas guerras.

                       HORACIO.- Es por cierto una mota que turba los ojos del entendimiento. En la época
                  más gloriosa y feliz de Roma, poco antes que el poderoso César cayese quedaron vacíos los
                  sepulcros y los amortajados cadáveres vagaron por las calles de la ciudad, gimiendo en voz
                  confusa; las estrellas resplandecieron con encendidas colas, cayó lluvia de sangre, se ocultó
                  el sol entre celajes funestos y el húmedo planeta, cuya influencia gobierna el imperio de
                  Neptuno, padeció eclipse como si el fin del mundo hubiese llegado. Hemos visto ya iguales
                  anuncios de sucesos terribles, precursores que avisan los futuros destinos, el cielo y la tierra
                  juntos los han manifestado a nuestro país y a nuestra gente... Pero. Silencio... ¿Veis?...,
                  allí... Otra vez vuelve... Aunque el terror me hiela, yo le quiero salir al encuentro. Detente,
                  fantasma. Si puedes articular sonidos, si tienes voz háblame. Si allá donde estás puedes
                  recibir algún beneficio para tu descanso y mi perdón, háblame. Si sabes los hados que
                  amenazan a tu país, los cuales felizmente previstos puedan evitarse, ¡ay!, habla... O si
                  acaso, durante tu vida, acumulaste en las entrañas de la tierra mal habidos tesoros, por lo
                  que se dice que vosotros, infelices espíritus, después de la muerte vagáis inquietos;
                  decláralo... Detente y habla... Marcelo, detenle.
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