Page 28 - Trece Casos Misteriosos
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-Tienes que pensar bien, Adela -habló Álva­
         ro-, esto no es broma.                                             la dueña de casa, movía nervioso el pie, frunciendo
                                                                            el ceño.
            -Alguien tiene el collar, y de eso no tengo la
         menor duda. ¿Por qué no comienzas por interro­                        Pronto se oyeron las campanillas del timbre:
         gar al mozo? -preguntó Lulú, molesta.                              la policía.
                                                                                       �
            -Eliseo está fuera de duda -replicó seguro y                       Cuando  l inspector Soto irrumpió en el living,
         aún más serio el dueño de casa-. Está con noso­                    el dedo de Alvaro apuntó a uno de sus invitados:
                                                                               -Creo, señor inspector, que esa es la persona
         tros hace veinte años y pongo mis manos al fuego                   culpable.
         por él. Además, en ese momento se había retirado.
            -¿Manos al fuego, dijiste? -saltó Adela con                        Y sucedió que no se equivocaba. Las pesquisas
         la voz aguzada-. ¡Eso era!                                         del  inspector,  famoso  por  su  eficiencia  -y
            -¿De qué hablas? -preguntó la voz tensa de                      también por sus grandes orejas-, corroboraron
         Sergio, a su lado.                                                 su afirmación.
            -¡Manos! ¡Pero muy heladas! ¡Eso fue lo que
         sentí en el cuello! ¡Unos dedos muy, muy helados                    ,   Y bien, lector, ¿podrías deducir tú, al igual que
         y luego el pequeño tirón!                                          Alvaro, quién es el ladrón y qué lo delató?
            Miró trémula a su esposo.
            Álvaro observó a sus invitados uno por uno,
         y se decidió:
            -Amigos míos, tendré que llamar a la policía,
         porque entre ustedes está el ladrón.
            Lo que siguió, mientras el dueño de casa se
         dirigía al teléfono, no es difícil de adivinar: voces
         � iradas, un intento de desmayo de Laura y sollozos
         de Lulú. Los Gómez, muy juntos, se abrazaban.
         Laura, recostada en el sillón, miraba con terquedad
         un punto fijo del cuadro de Pacheco Altamirano.
         Lulú,  con  ojos ausentes, jugueteaba  con  sus
         cadenas de oro. Víctor sostenía firme el vaso de
         whisky con hielo que no había abandonado en
         toda la noche. Sergio, por su parte, sentado junto a



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