Page 20 - Trece Casos Misteriosos
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DIJ




                                                                                   El caso de las  erlas grises
                                                                                                        p






                                                                               La  señora Fernández cumplía cincuenta años
                                                                               y esa noche recibiría a sus amigos más íntimos
                                                                               a cenar. De pie frente al espejo de medialuna se
                                                                               contempló otra vez. ¿Representaba los cincuenta?
                                                                               Según Álvaro, su marido, nadie diría que sobre­
                                                                               pasaba la cuarentena, pero ella a veces dudaba de
                                                                               tales afirmaciones. Aunque la vida no le había
                                                                               sido difícil, ni mucho menos, sus ojos ya sin el
                                                                               brillo de la juventud, sus carnes un poco sueltas
                                                                               bajo la barbilla y esas malditas manchas en las
                                                                              manos revelaban a la futura abuela.
                                                                                 Suspiró y terminó de acomodar sus cabellos en
                                                                               un moño. El vestido dejaba ver un cuello desnudo,
                                                                               empolvado y blanco, listo para recibir el regalo
                                                                              de Álvaro. Por supuesto que lo había elegido ella
                                                                              misma, y había  sido la primera vez  en su vida
                                                                              que una joya le producía tal placer:  ¿sería que
                                                                              los años le habían traído también un apego a las
                                                                              cosas materiales? ¿O era un inconfesado deseo de
                                                                              impactar a su amiga Lulú, que se jactaba siempre
                                                                              de tener las joyas más lindas de Santiago? Con una
                                                                              somisa, derramó gotas de perfume tras sus orejas.



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