Page 16 - Trece Casos Misteriosos
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En  l primer momento nadie habló ni se mo­                        -Quiero que sepan que ya me he enterado de
           v i  .  staban todos paralogizados. Hasta que de                  quién es el responsable.
           pronto una figura -conocida por los lectores- se                     Y  dijo  u n   nombre.  La  profesora  n o   se
           incorporó de su banco y caminó hacia el casillero                 equivocaba.
           d  los útiles. Tomó con ambas manos el alto de                       Con gesto compungido, la persona aludida
           libretas, escondidas tras las cajas de tiza y, ante el            confesó su culpa.
           estupor de sus compañeros, avanzó hacia el escri­
           torio de la señorita Leonor.                                      Hábil lector, la señorita Leonor fue muy sagaz.
              Cumplido el plazo, cuando la profesora regre­                  ¿ Qué vio ella en su paseo entre los alumnos que la
           só, las veinticuatro libretas blancas ya estaban en               llevó a descubrir al culpable?
           su lugar.
              La señorita Leonor las tomó sin decir ni una
           palabra. El curso entero estaba pendiente de sus
           más mínimos gestos. La oyeron suspirar y vieron
           cómo trataba, al parecer, de borrar una manchita
           sobre la primera libreta. Su  cara no reflejaba
           ninguna emoción; pero a sus alumnos, que ya
           la conocían, no les cupo duda de que ella estaba
           decidiendo algo. En ese momento habló:
              -Bien, ahora falta que se presente el culpable.
              Como  el silencio se prolongaba, la maestra
           caminó entre los escritorios para observar con
           detención a sus alumnos. Los niños, nerviosos,
           se  mantenían inmóviles.  Catalina apenas si
           respiraba; Mauricio se mordía el labio; Connie
           daba vueltas al anillo en su dedo; Andrés retorcía
           el lóbulo de su oreja y Marcela había cerrado los
           ojos en actitud de mártir.
              Cuando el recorrido hubo finalizado, la voz
           fue tajante:




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