Page 3 - El Príncipe
P. 3
Dedicatoria
Los que desean congraciarse con un príncipe suelen presentársele con
aquello que reputan por más precioso entre lo que poseen, o con lo que
juzgan más ha de agradarle; de ahí que se vea que muchas veces le son
regalados caballos, armas, telas de oro, piedras preciosas y parecidos
adornos dignos de su grandeza. Deseando, pues, presentarme ante Vuestra
Magnificencia con algún testimonio de mi sometimiento, no he encontrado
entre lo poco que poseo nada que me sea más caro o que tanto estime como
el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una
larga experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las
antiguas. Acciones que, luego de examinar y meditar durante mucho tiempo
y con gran seriedad, he encerrado en un corto volumen, que os dirijo.
Y aunque juzgo esta obra indigna de Vuestra Magnificencia, no por eso
confío menos en que sabréis aceptarla, considerando que no puedo haceros
mejor regalo que poneros en condición de poder entender, en brevísimo
tiempo, todo cuanto he aprendido en muchos años y a costa de tantos
sinsabores y peligros. No he adornado ni hinchado esta obra con cláusulas
interminables, ni con palabras ampulosas y magníficas, ni con cualesquier
atractivos o adornos extrínsecos, cual muchos suelen hacer con sus cosas,
porque he querido, o que nada la honre, o que sólo la variedad de la materia
y la gravedad del tema la hagan grata. No quiero que se mire como
presunción el que un hombre de humilde cuna se atreva a examinar y
criticar el gobierno de los príncipes. Porque así como aquellos que dibujan
un paisaje se colocan en el llano para apreciar mejor los montes y los
lugares altos, y para apreciar mejor el llano escalan los montes, así para
conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para
conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo.
Acoja, pues, Vuestra Magnificencia este modesto obsequio con el mismo
ánimo con que yo lo hago; si lo lee y medita con atención, descubrirá en él
un vivísimo deseo mío: el de que Vuestra Magnificencia llegue a la
grandeza que el destino y sus virtudes le auguran. Y si Vuestra
Magnificencia, desde la cúspide de su altura, vuelve alguna vez la vista
hacia este llano, comprenderá cuán inmerecidamente soporto una grande y
constante malignidad de la suerte.