Page 230 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Pasamonte, y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno, como era la verdad, pues era el rucio

                  sobre que Pasamonte venía; el cual, por no ser conocido y por vender el asno, se había puesto en

                  traje de gitano, cuya lengua, y otras muchas, sabía hablar, como si fueran naturales suyas. Viole

                  Sancho, y conocióle; y apenas le hubo visto y conocido, cuando a grandes voces le dijo:

                  -¡Ah, ladrón Ginesillo! ¡Deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi

                  asno, deja mi regalo! ¡Huye, puto; auséntate, ladrón, y desampara lo que no es tuyo!

                  No fueron menester tantas palabras ni baldones, porque a la primera saltó Ginés y, tomando un

                  trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó a su rucio, y,

                  abrazándole, le dijo:


                  -¿Cómo has estado, bien mío, rucio de mis ojos, compañero mío?

                  Y con esto le besaba y acariciaba, como si fuera persona. El asno callaba y se dejaba besar y acariciar

                  de Sancho, sin responderle palabra alguna. Llegaron todos y diéronle el parabién del hallazgo del

                  rucio, especialmente don Quijote, el cual le dijo que no por eso anulaba la póliza de los tres pollinos.

                  Sancho se lo agradeció.

                  En tanto que los dos iban en estas pláticas, dijo el cura a Dorotea que había andado muy discreta,

                  así en el cuento como en la brevedad dél y en la similitud que tuvo con los de los libros de

                  caballerías. Ella dijo que muchos ratos se había entretenido en leellos; pero que no sabía ella dónde

                  eran las provincias ni puertos de mar, y que, así, había dicho a tiento que se había desembarcado en
                  Osuna.




                  -Yo lo entendí así -dijo el cura-, y por eso acudí luego a decir lo que dije, con que se acomodó todo.

                  Pero ¿no es cosa extraña ver con cuánta facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas

                  invenciones y mentiras, sólo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus libros?

                  -Sí es -dijo Cardenio-; y tan rara y nunca vista, que yo no sé si queriendo inventarla y fabricarla

                  mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio que pudiera dar en ella.




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