Page 232 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Capítulo 30: Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y

                  pasatiempo

                  No hubo bien acabado el cura, cuando Sancho dijo:


                  -Pues mía fe, señor licenciado, el que hizo esa fazaña fue mi amo, y no porque yo no le dije antes y le

                  avisé que mirase lo que hacía, que era pecado darles libertad, porque todos iban allí por grandísimos

                  bellacos.

                  -Majadero -dijo a esta sazón don Quijote-, a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si

                  los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera o están

                  en aquella angustia, por sus culpas, o por sus desgracias; sólo le toca ayudarles como a

                  menesterosos, poniendo los ojos en sus penas, y no en sus bellaquerías. Yo topé un rosario y sarta de
                  gente mohína y desdichada, y hice con ellos lo que mi religión me pide, y lo demás allá se avenga; y a

                  quien mal le ha parecido, salvo la santa dignidad del señor licenciado y su honrada persona, digo

                  que sabe poco de achaque de caballería, y que miente como un hideputa y mal nacido; y esto le haré

                  conocer con mi espada, donde más largamente se contiene.

                  Y esto dijo afirmándose en los estribos y calándose el morrión; porque la bacía de barbero, que a su

                  cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgada del arzón delantero, hasta adobaría del mal

                  tratamiento que la hicieron los galeotes.


                  Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabía el menguado humor de don
                  Quijote y que todos hacían burla dél, sino Sancho Panza, no quiso ser para menos, y viéndole tan

                  enojado, le dijo:


                  -Señor caballero, miémbresele a la vuestra merced el don que me tiene prometido, y que, conforme

                  a él, no puede entremeterse en otra aventura, por urgente que sea; sosiegue vuestra merced el
                  pecho, que si el señor licenciado supiera que por ese invicto brazo habían sido librados los galeotes,

                  él se diera tres puntos en la boca, y aun se mordiera tres veces la lengua, antes que haber dicho

                  palabra que en despecho de vuestra merced redundara.


                  -Eso juro yo bien -dijo el cura-, y aun me hubiera quitado un bigote.

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