Page 190 - Hamlet
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OFELIA.- En casa está, señor.

                       HAMLET.- Sí, pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer locuras,
                  las haga dentro de su casa. Adiós.

                       OFELIA.- ¡Oh! ¡Mi buen Dios! Favorecedle.

                       HAMLET.- Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la
                  castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte de la calumnia. Vete a un
                  convento. Adiós. Pero... escucha: si tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque
                  los hombres avisados saben muy bien que vosotras los convertís en fieras... Al convento y
                  pronto. Adiós.

                       OFELIA.- ¡El Cielo, con su poder, le alivie!

                       HAMLET.- He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La naturaleza os dio
                  una cara y vosotras os hacéis otra distinta. Con esos brinquillos, ese pasito corto, ese hablar
                  aniñado, pasáis por inocentes y convertís en gracia vuestros defectos mismos. Pero, no
                  hablemos más de esta materia, que me ha hecho perder la razón... Digo sólo que de hoy en
                  adelante no habrá más casamientos; los que ya están casados (exceptuando uno)
                  permanecerán así; los otros se quedarán solteros... Vete al convento, vete.






                  Escena V




                  OFELIA sola




                       OFELIA.- ¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del
                  cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado, el
                  espejo de la cultura, el modelo de la gentileza, que estudian los más advertidos: todo, todo
                  se ha aniquilado. Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la
                  miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado,
                  como la campana sonora que se hiende. Aquella incomparable presencia, aquel semblante
                  de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber
                  visto lo que vi, para ver ahora lo que veo!
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