Page 177 - Hamlet
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RICARDO.- Señor, hemos venido únicamente a veros.

                       HAMLET.- Tan pobre soy, que aun de gracias estoy escaso, no obstante, agradezco
                  vuestra fineza... Bien que os puedo asegurar que mis gracias, aunque se paguen a ochavo,
                  se pagan mucho. Y ¿quién os ha hecho venir? ¿Es libre esta visita? ¿Me la hacéis por
                  vuestro gusto propio? Vaya, habladme con franqueza, vaya, decídmelo.

                       GUILLERMO.- ¿Y qué os hemos de decir, señor?

                       HAMLET.- Todo lo que haya acerca de esto. A vosotros os envían, sin duda, y en
                  vuestros ojos hallo una especie de confesión, que toda vuestra reserva no puede desmentir.
                  Yo sé que el bueno del Rey, y también la Reina os han mandado que vengáis.

                       RICARDO.- Pero, ¿a qué fin?

                       HAMLET.- Eso es lo que debéis decirme. Pero os pido por los derechos de nuestra
                  amistad, por la conformidad de nuestros años juveniles, por las obligaciones de nuestro no
                  interrumpido afecto; por todo aquello, en fin, que sea para vosotros más grato y respetable,
                  que me digáis con sencillez la verdad. ¿Os han mandado venir, o no?

                       RICARDO.- ¿Qué dices tú?

                       HAMLET.- Ya os he dicho que lo estoy viendo en vuestros ojos, si me estimáis de
                  veras, no hay que desmentirlos.

                       GUILLERMO.- Pues, señor, es cierto, nos han hecho venir.

                       HAMLET.- Y yo os voy a decir el motivo: así me anticiparé a vuestra propia confesión;
                  sin que la fidelidad que debéis al Rey y a la Reina quede por vosotros ofendida. Yo he
                  perdido de poco tiempo a esta parte, sin saber la causa, toda mi alegría, olvidando mis
                  ordinarias ocupaciones. Y este accidente ha sido tan funesto a mi salud, que la tierra, esa
                  divina máquina, me parece un promontorio estéril; ese dosel magnifico de los cielos, ese
                  hermoso firmamento que veis sobre nosotros, esa techumbre majestuosa sembrada de
                  doradas luces, no otra cosa me parece que una desagradable y pestífera multitud de vapores.
                  ¡Que admirable fábrica es la del hombre! ¡Qué noble su razón! ¡Qué infinitas sus
                  facultades! ¡Qué expresivo y maravilloso en su forma y sus movimientos! ¡Qué semejante a
                  un ángel en sus acciones! Y en su espíritu, ¡qué semejante a Dios! Él es sin duda lo más
                  hermoso de la tierra, el más perfecto de todos los animales. Pues, no obstante, ¿qué juzgáis
                  que es en mi estimación ese purificado polvo? El hombre no me deleita... ni menos la
                  mujer... bien que ya veo en vuestra sonrisa que aprobáis mi opinión.

                       RICARDO.- En verdad, señor, que no habéis acertado mis ideas.

                       HAMLET.- Pues ¿por qué te reías cuando dije que no me deleita el hombre?
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