Page 133 - Hamlet
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diariamente se esparcían por el público, ridiculizando la secta Racinista y apurando para
                  ello cuantas sutilezas sugiere el ingenio y cuantos medios buscan la desesperación y la
                  envidia; si por un momento excitaban la risa de los lectores, caían después en oscuridad y
                  desprecio, cuando aparecía en la escena francesa la Fedra, la Ifigenia, el Bruto o el
                  Mahomet. Entonces se publicó la traducción de Letourneur; impresa por suscripción,
                  dedicada al Rey de Francia y sostenida por el partido numeroso de aquellos a quienes la
                  reputación de Voltaire atropellaba y ofendía. Tratose, pues, de exaltar el mérito de
                  Shakespeare y de presentarle a la Europa culta como el único talento dramático digno de su
                  admiración, y capaz de disputar la corona a los Eurípides y Sófocles. Así pensaron abatir el
                  orgullo del moderno trágico francés, y vencerle con armas auxiliares y extranjeras, sin
                  detenerse mucho a considerar cuán poca satisfacción debía resultarles de una victoria
                  adquirida por tales medios.

                       Con estos antecedentes, no será difícil adivinar lo que hizo Letourneur en su versión de
                  Shakespeare. Reunió en un discurso preliminar y en las notas y observaciones con que
                  ilustró aquellas obras, cuanto creyó ser favorable a su causa, repitiendo las opiniones de los
                  más apasionados críticos ingleses en elogio de su compatriota, negándose voluntariamente
                  a los buenos principios que dictaron la razón y el arte y estableciendo una nueva Poética,
                  por la cual, no sólo quedan disculpados los extravíos de su idolatrado autor, sino que todos
                  ellos se erigen en preceptos recomendándolos como dignos de imitación y aplauso.

                       En aquellos pasajes en que Shakespeare, felizmente sostenido de su admirable ingenio,
                  expresa con acierto las pasiones y defectos humanos, describe y pinta los objetos de la
                  naturaleza o reflexiona melancólico con profunda y sólida filosofía, allí es fiel la
                  traducción; pero en aquellos en que se olvida de la fábula que finge, del fin que debió en
                  ella proponerse, de la situación en que pone a sus personajes, del carácter que les dio, de lo
                  que dijeron antes, de lo que debe suceder después; y acalorado por una especie de frenesí,
                  no hay desacierto en que no tropiece y caiga; entonces el traductor francés le abandona y
                  nada omite para disimular su deformidad, suponiendo, alterando, substituyendo ideas y
                  palabras suyas a las que halló en el original; resultando de aquí una traducción pérfida o por
                  mejor decir, una obra compuesta de pedazos suyos y ajenos, que en muchas partes no
                  merece el nombre de traducción.

                       Lejos, pues, de aprovecharse el traductor español de tales versiones, las ha mirado, con
                  la desconfianza que debía, y prescindiendo de ellas y de las mal fundadas opiniones de los
                  que han querido mejorar a Shakespeare con el pretexto de interpretarle, ha formado su
                  traducción sobre el original mismo; coincidiendo por necesidad con los traductores
                  franceses, cuando los halló exactos, y apartándose de ellos cuando no lo son, como podrá
                  conocerlo fácilmente cualquiera que se tome la molestia de cotejarlos.

                       Esto es sólo cuanto quiere advertir acerca de su traducción. La vida de Shakespeare y las
                  notas que acompañan a la Tragedia, son obra suya, y a excepción de una u otra especie que
                  ha tomado de los comentadores ingleses (según lo advierte en su lugar) todo lo demás,
                  como cosa propia, lo abandona al examen de los críticos inteligentes.

                       Si se ha equivocado en su modo de juzgar o por malos principios o por falta de
                  sensibilidad, de buen gusto o de reflexión, no será inútil impugnarle; que harto es necesario
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