Page 137 - Hamlet
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incierto el carácter que quiere exponer a los ojos del espectador, para la imitación o el
escarmiento. Errores clásicos de Geografía, Cronología, Historia y costumbres. El lugar de
la escena alterado continuamente, sin verosimilitud, ni utilidad, y la unidad de tiempo,
ninguna, o pocas veces observada. Desorden confuso en los afectos y estilo de sus
personajes, que unas veces abundan en expresiones sublimes, máximas de sabiduría,
sostenidas con elegante y robusta dicción, otras hablan un lenguaje hinchado y gongorino,
lleno de alusiones violentas, metáforas oscuras, ideas extravagantes, conceptos falsos y
pueriles; otras, en medio de las pasiones trágicas, mezclan chocarrerías vulgares y
bambochadas ridículas de entremés, excitando así, de un momento en otro, la admiración,
el deleite, la risa, el terror, el fastidio y el llanto.
Esta oposición mal combinada de luces y sombras, no podía menos de destruir el efecto
general de sus cuadros, y tal vez conociendo el error, pensó corregirle con otro, no menos
culpable. Lo cierto, lo posible, lo ideal, como fuese maravilloso y nuevo, todo era materia
digna de su pluma, satisfecho de sorprender los sentidos, ya que no de ilustrar y convencer
la razón. A este fin su feroz Melpómene inundó el teatro con sangre, y le llenó de cadáveres
en batallas reñidas a este fin, multiplicó los espectáculos horribles de entierros, sepulturas y
calaveras; a este fin adulando la estúpida ignorancia del vulgo, hizo salir a la escena Magos
y Hechiceras, pintó sus conciliábulos y sus conjuros, dio cuerpo y voz a los genios malos y
buenos, haciéndolos girar por los aires, habitar los troncos, o mezclarse invisibles entre los
hombres, rompió las puertas del Purgatorio y del Infierno, puso en el teatro las almas
indignadas de los difuntos, y resonaron en él sus gemidos tristes.
Juzgue el que tenga algún conocimiento del arte, si son estos los medios de que un Poeta
dramático debe valerse para producir deleite y enseñanza. Las figuras del teatro no han de
bajar del cielo, ni han de sacarse del abismo, ni han de inventarse a placer por una fantasía
destemplada y ardiente. Toda ficción dramática inverosímil es absurda, lo que no es creíble,
ni conmueve ni admira. Si es el teatro la escuela de las costumbres, si en él han de imitarse
los vicios y virtudes para enseñanza nuestra, ¿a qué fin llenarle de espectros y fantasmas y
entes quiméricos que nadie ha visto, ni puede concebir? Píntese al hombre en todos los
estados y situaciones de la vida, háganse patentes los ocultos movimientos de su corazón, el
origen y el progreso de sus errores y sus vicios, el término a que le conducen los extravíos
de su razón o el desenfreno de sus pasiones; y entonces la fábula, siendo verosímil, será
maravillosa, instructiva y bella. Pero Shakespeare, a quien con demasiada ligereza suelen
dar algunos el título de Maestro, estaba muy lejos de conocer estas delicadezas del arte, y
repitió en sus composiciones el triste ejemplo, de que la más fecunda imaginación es
incapaz por sí sola de producir una obra perfecta; si los preceptos que dictaron la
observación y el buen gusto, no la moderan y la conducen.
Si el teatro inglés se halla tan atrasado todavía, a pesar de los buenos ingenios que han
cultivado la Poesía escénica en aquella nación, atribúyase al magisterio concedido a
Shakespeare y a la supersticiosa ceguedad con que se venera cuanto salió de su pluma. Si
en España no hubiese combatido la crítica moderna el ponderado mérito de muchos autores
líricos y dramáticos, célebres corruptores del buen gusto en uno y otro género, todavía se
ocuparían nuestros Poetas en ajustar acrósticos y enredar laberintos; todavía se llamaría
sublimidad y agudeza la oscuridad, la hinchazón, los equívocos, las paranomasias y