Page 81 - Quique Hache Detective
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salía del barrio por Sargento Aldea hasta Vi­  La pregunta me confundió.  Sabía que
 cuña Mackenna. Miré hacia los acacios de la   el gordo se escondía y no lo iba a dejar esca­
 plaza y vi caminando por la  vereda,  paralelo   par por una discusión sobre prendas íntimas.
 al colectivo, al gordo de pelo largo, el mismo   -Sofía, mi hermana -le dije a la seño­
 que me recibió ese día en el descampado de la   ra-,  tiene  dieciocho  años.  Es  rellenita  -no
 industria Bayer junto al grupo de Charo.  Hi­  mentía, Sofía era así, aunque se pondría furio­
 ce detener al  colectivo,  que  frenó espectacu­  sa si  me escuchara describirla como  «relleni­
 larmente.  Abrí  la  puerta  y  estiré  una  mano   ta».  La  mujer  de  los lentes  grandes  me  miró
 hacia adelante. El gordo reaccionó enseguida,   tiernamente,  como  si  yo  fuera  el  mejor  her­
 su cara se abrió de sorpresa, me reconoció, re­  mano del mundo. Comenzó a buscar algo es­
 trocedió unos pasos antes de comenzar explo­  pecial que regalarle. Aproveché para  recorrer
 sivamente  a correr por calle  Irasu.  Lo  seguí.   minuciosamente la tienda.  Cuando me  acer­
 Entró a una galería comercial, con tiendas de   qué  al  probador  me  detuve.  Vi  la  punta  de
 ropa usada y asadería de pollos.  El gordo era   unas  zapatillas,  sucias  y  viejas,  asomándose
 rápido,  zigzagueaba entre la gente, moviendo   por debajo de la puerta.  Iba a abrirla cuando
 ágilmente el cuerpo. Al final de la galería en­  la puerta  se  batió  con  fuerza  y me golpeó  el
 tró a una tienda. Allí se acababa su carrera, no   pecho.  Caí  hacia  atrás,  derribando dos mani­
 tenía escapatoria.  Dejé de correr,  caminé cal­  quíes y empujando a una señora de edad que
 mado.  Era  una  tienda  de  lencería,  todo  era   miraba  una  camisa  escotada.  El  gordo  saltó
 blanco,  con  ropa  interior  femenina  colgada   sobre nosotros y  volvió  a  huir hacia la calle.
 por todas  partes y maniquíes  semidesnudos.   Lo seguí, pero esta vez la ventaja era mayor y
 Cuando entré, las señoras que se encontraban   lo perdí  entre  la multitud que caminaba por
 en  el lugar  se dieron  vuelta a mirarme.  Bus­  Irasu. Me detuve al frente de un local de video
 qué al gordo;  no se veía,  pero estaba allí.  Me   juego, respiré con fuerza, sin aire.  Di la vuel­
 recibió  una  señora  con  unos  anteojos  enor­  ta  y  me  encontré,  a  pocos  centímetros,  con
 mes.  Para disimular le dije:   dos carabineros que me miraban y arrugaban
 -Busco un regalo para mi hermana.  la nariz, mientras la señora de la tienda, la de
 -¿Algo especial?  los lentes gigantes, me indicaba y decía:



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