Page 80 - Quique Hache Detective
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salía del barrio por Sargento Aldea hasta Vi­                            La pregunta me confundió.  Sabía que
             cuña Mackenna. Miré hacia los acacios de la                       el gordo se escondía y no lo iba a dejar esca­
             plaza y vi caminando por la  vereda,  paralelo                    par por una discusión sobre prendas íntimas.
             al colectivo, al gordo de pelo largo, el mismo                           -Sofía, mi hermana -le dije a la seño­
             que me recibió ese día en el descampado de la                     ra-,  tiene  dieciocho  años.  Es  rellenita  -no
             industria Bayer junto al grupo de Charo.  Hi­                     mentía, Sofía era así, aunque se pondría furio­
             ce detener al  colectivo,  que  frenó espectacu­                  sa si  me escuchara describirla como  «relleni­
             larmente.  Abrí  la  puerta  y  estiré  una  mano                ta».  La  mujer  de  los lentes  grandes  me  miró
             hacia adelante. El gordo reaccionó enseguida,                     tiernamente,  como  si  yo  fuera  el  mejor  her­
             su cara se abrió de sorpresa, me reconoció, re­                  mano del mundo. Comenzó a buscar algo es­
             trocedió unos pasos antes de comenzar explo­                     pecial que regalarle. Aproveché para  recorrer
             sivamente  a correr por calle  Irasu.  Lo  seguí.                minuciosamente la tienda.  Cuando me  acer­
             Entró a una galería comercial, con tiendas de                    qué  al  probador  me  detuve.  Vi  la  punta  de
             ropa usada y asadería de pollos.  El gordo era                   unas  zapatillas,  sucias  y  viejas,  asomándose
             rápido,  zigzagueaba entre la gente, moviendo                    por debajo de la puerta.  Iba a abrirla cuando
             ágilmente el cuerpo. Al final de la galería en­                  la puerta  se  batió  con  fuerza  y me golpeó  el
             tró a una tienda. Allí se acababa su carrera, no                 pecho.  Caí  hacia  atrás,  derribando dos mani­
             tenía escapatoria.  Dejé de correr,  caminé cal­                 quíes y empujando a una señora de edad que
             mado.  Era  una  tienda  de  lencería,  todo  era                miraba  una  camisa  escotada.  El  gordo  saltó
             blanco,  con  ropa  interior  femenina  colgada                  sobre nosotros y  volvió  a  huir hacia la calle.
             por todas  partes y maniquíes  semidesnudos.                     Lo seguí, pero esta vez la ventaja era mayor y
             Cuando entré, las señoras que se encontraban                     lo perdí  entre  la multitud que caminaba por
             en  el lugar  se dieron  vuelta a mirarme.  Bus­                 Irasu. Me detuve al frente de un local de video
             qué al gordo;  no se veía,  pero estaba allí.  Me                juego, respiré con fuerza, sin aire.  Di la vuel­
             recibió  una  señora  con  unos  anteojos  enor­                 ta  y  me  encontré,  a  pocos  centímetros,  con
             mes.  Para disimular le dije:                                    dos carabineros que me miraban y arrugaban
                    -Busco un regalo para mi hermana.                         la nariz, mientras la señora de la tienda, la de
                    -¿Algo especial?                                          los lentes gigantes, me indicaba y decía:



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