Page 12 - Quique Hache Detective
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iban  pasando  y  otro  rato  me preocupé  pen­
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                                                                              mer trabajo.
                                                                                      Cuando  llegamos  al  centro,  la  micro
                                                                              entró directo por la Alameda.  Me bajé frente
                                    2                                         a la Biblioteca Nacional. En las escaleras de la
                                                                              biblioteca encontré mochileros sentados, ha­
                                                                              blando  en  inglés;  me  pidieron  plata,  pero
                   En un papel anoté el recado telefó­                        seguí de largo. En ese momento me sentía un
           nico: «Señora Gallardo. Tres de la tarde. Café                     detective privado y no un guía turístico. Subí
           Paula».  Colgué.  Tenía  mi primer  cliente  co­                   por Mac-Iver hasta calle Agustinas.  El Teatro
           mo detective. Nos miramos con la Gertru co­                        Municipal está en esa calle,  en el camino del
           mo si hubiéramos descubierto petróleo en el                        café.  Una vez en el colegio nos llevaron allí a
           jardín de la casa.                                                 ver  un  fragmento  de una  ópera  famosa.  Me
                   Como  no  tenía  oficina,  le había pro­                   sorprendí  cuando  reconocí  algunas  de  las
           puesto a la señora Gallardo que nos reuniéra­                      arias:  las había escuchado antes en comercia­
           mos  en  el  centro  de  Santiago.  Mi  abuelo                     les de la televisión.
           siempre decía que iba al Paula,  un café de la                             En el Café Paula me senté a esperar a la
            calle San Antonio con Agustinas.  El café en­                     señora  Gallardo,  la  de  la  llamada  telefónica.
            tero  ya  no  es  el  mismo  de  antes,  según  mi                Entonces me di cuenta de mi primer error co­
            abuelo,  pero  igual  me  pareció  que  sería  un                 mo detective: no tenía idea cómo reconocer a
            buen sitio.                                                       mi  primer cliente.  Sentadas  en el  café había
                   Dos y media de la tarde.  La ciudad pa­                    dos parejas,  uno de los hombres era un mili­
            recía tranquila y vacía porque estábamos ini­                     tar, seguro, aunque vestía de civil.  Lo deduje
            ciando enero. El calor derretía. Salí de mi casa                  porque llevaba el pelo cortado casi al rape y se
            y en Irarrázaval alcancé una micro. El viaje fue                  sentaba derecho,  como si se hubiera tragado
            largo.  Entraba una brisa agradable por la ven­                   una estaca.  La otra pareja:  un viejo y una vie­
            tana  abierta  y  un  rato  conté  los  árboles  que              ja  de  más  o  menos  cuarenta  años  tomaban


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