Page 17 - La Casa de Bernarda Alba
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LA CASA DE BERNARDA ALBA


       CRIADA:  ¿Hay bastantes sillas?

       LA PoNCIA: Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que murió
       el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos
       techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea!


       CRIADA: Contigo se portó bien.

       LA PoNCIA:  Treinta años lavando sus sábanas;  treinta años co­
       miendo sus sobras; noches en vela cuando tose; días enteros mi­
       rando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento;
       vida sin secretos una con otra, y sin embargo, ¡maldita sea!  ¡Mal
       dolor de clavo le pinche en los ojos!


       CRIADA:  ¡Mujer!

       LA  PoNCIA:  Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo dicen
       y  muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me
       azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados,
       pero un día me hartaré.

       CRIADA: Y ese día ...


       LA  PoNCIA:  Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le es­
       taré escupiendo un año entero. «Bernarda, por esto, por aquello,
       por lo otro», hasta ponerla como un lagarto machacado por los
       niños, que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no
       le envidio la vida. Le quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que
       quitando Angustias, la mayor, que es la hija del primer marido y
       tiene dineros, las demás, mucha puntilla bordada, muchas camisas
       de hilo, pero pan y uvas por toda herencia.





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