Page 140 - La Casa de Bernarda Alba
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FEDERICO GARCÍA LORCA


         DOLORES:  ¿Qué le iba a pasar? Dios es Dios.

         YERMA: Naturalmente. No le podía pasar nada, sino  agarrar las cria­
         turas y lavarlas con agua viva. Los animales los lamen, ¿verdad? A mí
         no me da asco de mi hijo. Yo tengo la idea de que las recién paridas
         están como iluminadas por dentro, y los niños se duermen horas y
         horas sobre ellas oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando
         los pechos para que ellos mamen, para que ellos jueguen, hasta que
         no quieran más, hasta que retiren la cabeza:  "Otro  poquito más,
         niño  ...  ", y se les llene la cara y el pecho de gotas blancas.

         DOLORES: Ahora tendrás un hijo. Te lo puedo asegurar.

         YERMA: Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el
         mundo. A veces, cuando ya estoy segura de que jamás, jamás  ...  , me
         sube como una oleada de fuego por los pies y se me quedan vacías
         todas las cosas, y los hombres que andan por la calle y los toros
         y las piedras me parecen como cosas de algodón. Y me pregunto:
         ¿para qué estarán ahí puestos?

                ª
         VIEJA r :  Está bien que una casada quiera hijos, pero si no los
         tiene, ¿por qué ese ansia de ellos? Lo importante de este mundo
         es dejarse llevar por los años. No te critico. Ya has visto cómo he
                                                              ;
         ayudado a los rezos. Pero, ¿qué vega esperas dar a tu hijo, ni qué
         felicidad, ni qué silla de plata?


         YERMA:  Yo no pienso en el mañana; pienso en el hoy. Tú estás
         vieja y lo ves ya todo como un libro leído. Yo pienso que tengo
         sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo en los brazos
         para dormir tranquila y, óyelo bien y no te espantes de lo que digo:
         aunque yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba
         a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con
         gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre


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