Page 144 - La Casa de Bernarda Alba
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FEDERICO GARCÍA LORCA
DOLORES: (Fuerte). Tu mujer no ha hecho nada malo.
JUAN: Lo está haciendo desde el mismo día de la boda. Mirándome
con dos agujas, pasando las noches en vela con los ojos abiertos al
lado mío, y llenando de malos suspiros mis almohadas.
YERMA: ¡Cállate!
JUAN: Y yo no puedo más. Porque se necesita ser de bronce para
ver a tu lado una mujer que te quiere meter los dedos dentro del
corazón y que se sale de noche fuera de su casa, ¿en busca de qué?
¡Dime!, ¿buscando qué? Las calles están llenas de machos. En las
calles no hay flores que cortar.
YERMA: No te dejo hablar ni una sola palabra. Ni una más. Te
figuras tú y tu gente que sois vosotros los únicos que guardáis hon
ra, y no sabes que mi casta no ha tenido nunca nada que ocultar.
Anda, acércate a mí y huele mis vestidos; ¡acércate!, a ver dónde
encuentras un olor que no sea tuyo, que no sea de tu cuerpo. Me
pones desnuda en mitad de la plaza y me escupes. Haz conmigo
lo que quieras, que soy tu mujer, pero guárdate de poner nombre
de varón sobre mis pechos.
JUAN: No soy yo quien lo pone; lo pones tú con tu cond�cta
y el pueblo lo empieza a decir. Lo empieza a decir claramente.
Cuando llego a un corro, todos callan; cuando voy a pesar la
harina, todos callan; y hasta de noche en el campo, cuando
despierto a medianoche, me parece que también se callan las
ramas de los árboles.
YERMA: Yo no sé por qué empiezan los malos aires que revuelcan
al trigo y ¡mira tú si el trigo es bueno!
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