Page 141 - La Casa de Bernarda Alba
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YERMA

      vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año
       tras año encima de mi corazón.

             ª
      VIEJA r : Eres demasiado joven para oír consejo. Pero, mientras es­
      peras la gracia de Dios, debes ampararte en el amor de tu marido.

      YERMA:  ¡Ay! Has puesto el dedo en la llaga más honda que tienen
       mis carnes.

      DOLORES:  Tu marido es bueno.

      YERMA:  (Se levanta).  ¡Es bueno!  ¡Es bueno!  ¿Y qué? Ojalá fuera
      malo. Pero no. Él va con sus ovejas por sus campos y cuenta el
      dinero por las noches. Cuando me cubre, cumple con su deber,
      pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto, y
      yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera
      ser en aquel instante como una montaña de fuego.


      DOLORES:  ¡Yerma!

      YERMA: No soy una casada indecente; pero yo sé que los hijos na­
      cen del hombre y de la mujer. ¡Ay, si los pudiera tener yo sola!

      DOLORES:  Piensa que tu marido también sufre.

      YERMA: No sufre. Lo que pasa es que él no ansía hijos.

             ª
      VIEJA r :  ¡No digas eso!

      YERMA: Se lo conozco en la mirada y, como no los ansía, no me
      los da. No lo quiero,  no lo quiero y, sin  embargo,  es mi única
      salvación. Por honra y por casta. Mi única salvación.




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