Page 106 - La Casa de Bernarda Alba
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FEDERICO GARCÍA LORCA

         VIEJA: Todo lo contrario que yo. Quizá por eso no hayas parido a
         tiempo. Los hombres tienen que gustar, muchacha. Han de des­
         hacemos las trenzas y damos de beber agua con su misma boca.
         Así corre el mundo.

         YERMA: El tuyo, que el mío, no. Yo pienso muchas cosas, muchas,
         y estoy segura que las cosas que pienso las ha de realizar mi hijo.
         Yo me entregué a mi marido por él, y me sigo entregando para ver
         si llega, pero nunca por divertirme.

         VIEJA:  ¡Y resulta que estás vacía!

         YERMA: No, vacía no, porque me estoy llenando de odio. Dime,
         ¿tengo yo la culpa? ¿Es preciso buscar en el hombre al hombre nada
         más? Entonces, ¿qué vas a pensar cuando te deja en la cama con los
         ojos tristes mirando al techo y da media vuelta y se duerme? ¿He de
         quedarme pensando en él o en lo que puede salir relumbrando de
         mi pecho? Yo no sé, pero dímelo tú,  por caridad. (  Se arrodilla).

         VIEJA:  ¡Ay,  qué flor  abierta!  ¡Qué  criatura  tan  hermosa  eres!
         Déjame. No me hagas hablar más. No quiero hablarte más. Son
         asuntos de honra y yo no quemo la honra de nadie. T ú   sabrás. De
         todos modos, debías ser menos inocente.

         YERMA:  (Triste). Las muchachas que se crían en el campo, como
         yo, tienen cerradas todas las puertas. Todo se vuelve medias pala­
         bras, gestos, porque todas estas cosas dicen que no se pueden saber.
         Y  tú también, tú también te callas y te vas con aire de doctora,
         sabiéndolo todo, pero negándolo a la que se muere de sed.

         VIEJA: A  otra mujer serena yo le hablaría. A ti, no. Soy vieja y
         sé lo que digo.




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