Page 208 - Hamlet
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POLONIO.- Señor, ya se ha encaminado al cuarto de su madre, voy a ocultarme detrás
                  de los tapices para ver el suceso. Es seguro que ella le reprenderá fuertemente, y como vos
                  mismo habéis observado muy bien, conviene que asista a oír la conversación alguien más
                  que su madre, que naturalmente le ha de ser parcial, como a todas sucede. Quedaos a Dios,
                  yo volveré a veros antes que os recojáis para deciros lo que haya pasado.

                       CLAUDIO.- Gracias, querido Polonio.






                  Escena XXII




                  CLAUDIO solo




                       CLAUDIO.- ¡Oh! ¡Mi culpa es atroz! Su hedor sube al cielo, llevando consigo la
                  maldición más terrible, la muerte de un hermano. No puedo recogerme a orar, por más que
                  eficazmente lo procuro, que es más fuerte que mi voluntad el delito que la destruye. Como
                  el hombre a quien dos obligaciones llaman, me detengo a considerar por cual empezaré
                  primero, y no cumpla ninguna... Pero, si este brazo execrable estuviese aún más teñido en la
                  sangre fraterna, ¿faltará en los Cielos piadosos suficiente lluvia para volverle cándido como
                  la nieve misma? ¿De qué sirve la misericordia, si se niega a ver el rostro del pecado? ¿Qué
                  hay en la oración sino aquella duplicada fuerza, capaz de sostenernos al ir a caer, o de
                  adquirirnos el perdón habiendo caído? Sí, alzaré mis ojos al cielo, y quedará borrada mi
                  culpa. Pero, ¿qué género de oración habré de usar? Olvida, señor, olvida el horrible
                  homicidio que cometí... ¡Ah! Que será imposible, mientras vivo poseyendo los objetos que
                  me determinaron a la maldad: mi ambición, mi corona, mi esposa... ¿Podrá merecerse el
                  perdón cuando la ofensa existe? En este mundo estragado sucede con frecuencia que la
                  mano delincuente, derramando el oro, aleja la justicia, y corrompe con dádivas la integridad
                  de las leyes; no así en el cielo, que allí no hay engaños, allí comparecen las acciones
                  humanas como ellas son, y nos vemos compelidos a manifestar nuestras faltas todas, sin
                  excusa, sin rebozo alguno... En fin, en fin, ¿qué debo hacer?... Probemos lo que puede el
                  arrepentimiento... y ¿qué no podrá? Pero, ¿qué ha de poder con quien no puede
                  arrepentirse? ¡Oh! ¡Situación infeliz! ¡Oh! ¡Conciencia ennegrecida con sombras de
                  muerte! ¡Oh! ¡Alma mía aprisionada! Que cuanto más te esfuerzas para ser libre, más
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