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Puede oírse —entonces— la voz de Jarpo —desde lejos— quebrándose en
                  un último grito al responder:
                         —¡Es inútil! ¡No se me acerquen! ¡Voy a estallar... ahora!
                         Una  poderosa  explosión  sacude  el  edificio  y  cada  corazón  de  los
                  presentes.
                         Arrodillada en el pasto, abrazada a las piernas de su mamá, Zelda llora
                  con desesperación. Llora. No puede hacer otra cosa que llorar.
                         Casi todos la imitan. Los grandes también. Estupefactos. Profundamente
                  conmovidos.
                         Cuando  —instantes  después—  los  bomberos  y  la  policía  arriban  a  la
                  escuela, sólo encuentran un extendido círculo de césped chamuscado ahí donde
                  estaba Jarpo.
                         Nadie se explica lo sucedido.
                         Ni  siquiera  la  embajada  de  la  Unión  de  Estados  Urbílicos,  país  al  que
                  Jarpo pertenecía.
                         Sus  representantes  —aparentemente  consternados—  anuncian  —más
                  tarde—  que  se  realizará  una  exhaustiva  investigación  para  descubrir  a  los
                  responsables de tamaña tragedia:
                         —"¿Qué monstruo habrá sido capaz de darle un explosivo a un niño? ¿y
                  con qué móviles? La U.D.E.U., tomará severas medidas, este hecho no quedará
                  impune.  Por  comprensibles  razones  de  seguridad,  los  padres  de  Jarpo  han
                  regresado  —de  inmediato—  a  nuestro  país.  Agradecen  todas  las  muestras  de
                  solidaridad recibidas... Podrán imaginar su enorme dolor...".


                         Entre la arboleda que crece detrás de la piscina —escenario del hecho— y
                  confundido en el pasto entre tantos otros deshechos como tapitas  de gaseosas,
                  envoltorios  de  alfajores  y  chocolatines,  sobres  de  figuritas...  hay  un  diminuto
                  trozo de material plástico retorcido y al que nadie va a ver. En él puede leerse:

                  MODELO XVZ-91.
                  AHORA  LE  TOCA  EL  TURNO  A  USTED,  QUE  ACABA  DE  LEER  ESTE
                  RELATO.
                  ¿QUÉ TURNO?
                  EL DE DEMOSTRARME QUIÉN ES REALMENTE: ¿UN SER HUMANO...
                  O UN ROBOT...?
                  ¿ME PERMITE REVISARLE LA NUCA?
                  (POR LAS DUDAS, YO YA ESTOY PIDIENDO: ¡SOCORRO!)





















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