Eran demasiado gordos.
Y no había ni una puerta grande,
ni una ventana enorme, ni siquiera una grúa
para empujarlos hacia dentro.
Pocosmimos agitó los brazos en señal de bienvenida.
Pero los osos le gruñeron:
―¡De adelgazar, ni hablar!
Y se dieron media vuelta.