Page 156 - La Casa de Bernarda Alba
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FEDERICO GARCÍA LORCA
de sangre. Como yo. Si entras en mi casa, todavía queda olor de cunas.
La ceniza de tu colcha se te volverá pan y sal para las crías. Anda. No
te importe la gente. Y, en cuanto a tu marido, hay en mi casa entrañas
y herramientas para que no cruce siquiera la calle.
YERMA: Calla, calla. ¡Si no es eso! Nunca lo haría. Yo no puedo
ir a buscar. ¿Te figuras que puedo conocer otro hombre? ¿Dónde
pones mi honra? El agua no se puede volver atrás, ni la luna lle
na sale al mediodía. Vete. Por el camino que voy seguiré. ¿Has
pensado en serio que yo me pueda doblar a otro hombre? ¿Que yo
vaya a pedirle lo que es mío como una esclava? Conóceme, para
que nunca me hables más. Yo no busco.
VIEJA: Cuando se tiene sed, se agradece el agua.
YERMA: Yo soy como un campo seco donde caben arando mil pares
de bueyes, y lo que tú me das es un pequeño vaso de agua de pozo.
Lo mío es dolor que ya no está en las carnes.
VIEJA: (Fuerte). Pues sigue así. Por tu gusto es. Como los cardos
del secano, pinchosa, marchita.
YERMA: (Fuerte). Marchita sí, ¡ya lo sé! ¡Marchita! No es preciso
que me lo refriegues por la boca. No vengas a solazarte como los
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niños pequeños en la agonía de un animalito. Desde que me casé
estoy dándole vueltas a esta palabra, pero es la primera vez que
la oigo, la primera vez que me la dicen en la cara. La primera vez
que veo que es verdad.
VIEJA: No me da ninguna lástima, ninguna. Yo buscaré otra mujer
para mi hijo.
(Se va).
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