Page 155 - La Casa de Bernarda Alba
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YERMA

       VIEJA: ¿No te convences? ¿Y tu esposo?
             Yerma da muestras de cansancio y de persona a la que
             una idea fija le quiebra la cabeza.

       YERMA: Ahí está.


       VIEJA:  ¿Qué hace?

       YERMA: Bebe. (Pausa. Llevándose las manos a la frente). ¡Ay!

       VIEJA: ¡Ay, ay! Menos ¡ay! y más alma. Antes no he podido decirte
       nada, pero ahora sí.

       YERMA:  ¡ Y qué me vas a decir que ya no sepa!

       VIEJA: Lo que ya no se puede callar. Lo que está puesto encima del
       tejado. La culpa es de tu marido. ¿Lo oyes? Me dejaría cortar las
       manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como
       hombres de casta. Para tener un hijo ha sido necesario que se junte
       el cielo con la tierra. Están hechos con saliva. En cambio, tu gente,
       no. Tienes hermanos y primos a cien leguas a la redonda. Mira qué
       maldición ha venido a caer sobre tu hermosura.


       YERMA: Una maldición. Un charco de veneno sobre las espigas.

       VIEJA: Pero tú tienes pies para marcharte de tu casa.

       YERMA: ¿Para marcharme?

       VIEJA: Cuando te vi en la romería me dio un vuelco el corazón. Aquí
       vienen las mujeres a conocer hombres nuevos y el Santo hace el mi­
       lagro. Mi hijo está sentado detrás de la ermita esperándome. Mi casa
       necesita una mujer. Vete con él y viviremos los tres juntos. Mi hijo sí es

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