Page 312 - Hamlet
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combate renovó. No más tremendo
                   golpe en las armas de Mavorte eternas
                   dieron jamás los Cíclopes tostados,
                   que sobre el triste anciano la cuchilla
                   sangrienta dio del sucesor de Aquiles.
                   ¡Oh! ¡Fortuna falaz!.. Vos, poderosos
                   Dioses, quitadla su dominio injusto;
                   romped los rayos de su rueda y calces,
                   y el eje circular desde el Olimpo
                   caiga en pedazos del Abismo al centro.


                       POLONIO.- Es demasiado largo.

                       HAMLET.- Lo mismo dirá de tus barbas el barbero. Prosigue. Éste sólo gusta de ver
                  hablar o de oír cuentos de alcahuetas, o si no se duerme. Prosigue con aquello de Hécuba.

                       CÓMICO 1.º.- Pero quien viese, ¡oh! ¡Vista dolorosa!

                                               la mal ceñida Reina...

                       HAMLET.- ¡La mal ceñida Reina!

                       POLONIO.- Eso es bueno, mal ceñida Reina, ¡bueno!

                       CÓMICO 1.º.-  Pero quien viese, ¡oh vista dolorosa!
                   La mal ceñida Reina, el pie desnudo,
                   girar de un lado al otro, amenazando
                   extinguir con sus lágrimas el fuego...
                   En vez de vestidura rozagante
                   cubierto el seno, harto fecundo un día,
                   con las ropas del lecho arrebatadas
                   (ni a más la dio lugar el susto horrible)
                   rasgado un velo en su cabeza, donde
                   antes resplandeció corona augusta...
                   ¡Ay! Quien la viese, a los supremos hados
                   con lengua venenosa execraría.
                   Los Dioses mismos, si a piedad les mueve
                   el linaje mortal, dolor sintieran
                   de verla, cuando al implacable Pirro
                   halló esparciendo en trozos con su espada,
                   del muerto esposo los helados miembros.
                   Lo ve, y exclama con gemido triste,
                   bastante a conturbar allá en su altura
                   las deidades de Olimpo, y los brillantes
                   ojos del cielo humedecer en lloro.
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