Page 311 - Hamlet
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Pirro feroz, con pavonadas armas,
                   negras como su intento, reclinado
                   dentro en los senos del caballo enorme,
                   a la lóbrega noche parecía.
                   Ya su terrible, ennegrecido aspecto
                   mayor espanto da. Todo le tiñe
                   de la cabeza al pie caliente sangre
                   de ancianos y matronas, de robustos
                   mancebos y de vírgenes, que abrasa
                   el fuego de los inflamados edificios
                   en confuso montón; a cuya horrenda
                   luz que despiden, el caudillo insano
                   muerte y estrago esparce. Ardiendo en ira,
                   cubierto de cuajada sangre, vuelve
                   los ojos, al carbunclo semejantes,
                   y busca, instado de infernal venganza,
                   al viejo abuelo Príamo...

                  Prosigue tú.

                       POLONIO.- ¡Muy bien declamado, a fe mía! Con buen acento y bella expresión.

                       CÓMICO 1.º.-                                       Al momento                                    le ve lidiando,
                  ¡resistencia breve!
                   contra los Griegos; su temida espada
                   rebelde al brazo ya, le pesa inútil.
                   Pirro, de furias lleno, le provoca
                   a liza desigual; herirle intenta,
                   y el aire solo del funesto acero
                   postra al débil anciano. Y cual si fuese
                   a tanto golpe el Ilión sensible,
                   al suelo desplomó sus techos altos,
                   ardiendo en llamas y al rumor suspenso.
                   Pirro... ¿Le veis? La espada que venía
                   a herir del Teucro la nevada frente
                   se detiene en los aires, y él inmoble,
                   absorto y mudo y sin acción su enojo,
                   la imagen de un tirano representa
                   que figuró el pincel. Mas como suele
                   tal vez el cielo en tempestad oscura
                   parar su movimiento, de los aires
                   el ímpetu cesar, y en silenciosa
                   quietud de muerte reposar el orbe;
                   basta que el trueno, con horror zumbando,
                   rompe la alta región, así un instante
                   suspensa fue la cólera de Pirro
                   y así, dispuesto a la venganza, el duro
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